miércoles, 27 de febrero de 2008

La fortaleza de tu abrazo



Soy más de abrazos que de besos, sí. Aunque la verdad es que suelen ir de la mano en la mayoría de las ocasiones. El beso sella al abrazo, es el punto y aparte de ese maravilloso momento. Un abrazo me encandila, porque significa entregarte en cierto modo, para compartir sentimientos... Uno se abraza cuando está feliz, y compartes alegría, también cuando estamos tristes, y compartes tristezas... Es un idioma, en el que las palabras son los brazos y el sentido, el corazón, latiendo a la par, cuerpo con cuerpo.




Me gusta perderme entre unos brazos protectores, de esos que cuando te abrazan te cambia el mundo... Es como si los problemas, los agobios, las tristezas, salieran a hurtadillas, sin avisar... O mejor dicho, es como si las compartieras y repartieras el peso de las mismas. Perderme en el universo que se crea, en ese breve espacio de tiempo, donde todo parece suspendido en la ingravidez del momento.




Porque cuando te abrazan se forma entorno a ti, una fortaleza que te libra de ese dragón que te acecha insinuante, de esa presión que te intimida, de esa situación irreversible, y en sus brazos llegas a atisbar una posible solución. Es una luz al final de un túnel, es como si alguien te dijera: Ven, aquí estarás a salvo.




Cuando me abrazan, me siento chiquitita, y me gusta sentirme así. No es complejo de inferioridad, ni nada por el estilo, es una necesidad, que todos, aunque no lo quieran reconocer llevamos impresa en nuestra naturaleza.




Porque cuando te abrazan, nada puede pasar.


Cuando todo termina, lo que más añoro son sus abrazos,

esos momentos en los que se para el tiempo,

en los que solos estábamos...

Hoy más que nunca necesito los vuestros,

... estad tranquilos, vuestro calor me reconforta aún.




sábado, 23 de febrero de 2008

De puntillas...


Me gusta ver a la gente de puntillas. Sí, porque me hace gracia, es como si volvieramos a ser pequeños, cuando aún no hemos dado ese estirón que nos convierte en "mayores", y tenemos que esforzarnos por alzar una palmada más del suelo.

Cuando veo a la gente de puntillas me los imagino siendo niños, mi jefe cuando alcanza un libro de la estantería, por ejemplo, le veo de pequeño y me hace gracia. Es como si se quitaran el disfraz de "soy una persona seria, adulta y merezco un respeto por ello". Sí, pero también te pones de puntillas.

Comprendo que todo vaya en los genes, que la estatura te marca, y no voy a ser precisamente yo quién condene eso, entre otras cosas porque soy la primera que me paso la vida de puntillas... por no romper el hechizo...

Además, creo que es una imagen que suscita ternura. Imaginad por un momento a la persona que nos arrebata la lucidez, intentando alcanzar algo: alza el brazo y... se pone de puntillas... Quizá sea sólo cosa mía, pero esa imagen tiene una carga tremenda de calidez y de indefensión, como si desarmado se mostrara por unos segundos, como si esa sucinta imperfección te colmara de gozo... Estoy loca, lo sé, pero ¿y lo sencillo que es disfrutar de las pequeñas cosas?

Es más, creo que la gente que monta las estaterías, pone los percheros y algunos interructores están confabulados conmigo, y me hacen guiños para que pueda seguir viendo niños tras cada rostro serio que se cruza en mi camino.

Pero, sin duda, quién lidera mi lista son ese tipo de puntillas, que alzando ligeramente un pie te elevan hasta el cielo...

miércoles, 20 de febrero de 2008

Estoy perdida, sonríeme



Sonrisa: Dícese del gesto que hace curvar la boca, relacionado con la felicidad y alegría.
Así de simple se resume en el diccionario lo que es una sonrisa...

Si ya hubo alguien que estaba dispuesto a dar "un cielo" por una sonrisa, algo tendrá que a todos nos encandila.

La sonrisa es como un revulsivo con sabor dulce, como la cura a toda enfermedad, como cuando eras pequeño y esperabas con ansia la hora de la merienda para tu bocata de Nocilla... Una sonrisa reconforta a quien la regala y a quien la recibe, porque pocas acciones tienen una carga recíproca tan inmensa... Y es que si sonreir es gratis, ¿por qué nos ponemos tan tacaños?

Cuando me siento perdida, una sonrisa me da luz, me da calidez y me aporta la confianza, a veces escurridiza, que tengo. Es un gesto especial, y es que es el mejor de los reforzadores sociales que hay, pues te respalda y acoge. La fuerza que tiene una sonrisa es, quizá, la contrincante perfecta para la que tiene una mirada. El duelo sería, sencillamente, apasionante, porque si bien una mirada es capaz de traspasar sentimientos, una sonrisa es capaz de contagiarte su dulzura y candor.

La sonrisa de un niño es algo tan limpio, tan ingenuo y a la vez tan auténtico... no está contaminada, no tiene prejuicios ni dobleces... La sonrisa de un niño es algo que me desbarata la cordura. Pero sin duda una de las que más me gustan, son las sonrisas desconocidas. Son pocas y se esconden tras rostros anónimos. Son difíciles de encontrar, pero cuando te sorprende una, te sientes especial... Esa persona que hasta entonces no formaba parte de tu vida, ahora se cuela de puntillas hasta el fondo de tu buhardilla.

Luego están las sonrisas que... simplemente... te hacen seguir viviendo... que no necesitan palabras, que carecen de presentaciones y formalismos... las sonrisas cómplices, que se erigen como el mejor colchón emocional que puedas tener.



¿Me regalas una sonrisa?

jueves, 14 de febrero de 2008

Cuidando de mí




Hace muchos años que no me tumbo sobre la hierba y miro al cielo. Recuerdo que cuando era pequeña e iba al parque con mis abuelos, me gustaba tumbarme sobre ella y quedarme desenmarañando los dibujos que las nubes nos incitaban a atisbar. Dragones, tortugas, osos... No había límites en el gran lienzo que se mostraba ante mí, los límites los ponía yo.


Cuando te tumbas desarmado, abriendo los brazos, y sin máscaras te muestras al mundo, tienes una sensación embriagadora. Es un vértigo reconfortante, el verte ahí tumbado bajo la inmensidad del universo, un vértigo que aporta, paradojas de la vida, seguridad y fuerza, libertad y arrojo. En ese preciso momento, no sólo tu imaginación viaja en el tiempo y en el espacio, no sólo es algo psíquico lo que sientes, sino algo físico... Es el descansar de tu cuerpo y sentir como si estuvieras suspendido en el aire, como si cambiaran la gravedad, y sintieras que el mundo se ha dado la vuelta.


Alzas la mirada y ves que todo sigue en calma, que nada ha cambiado... aquí abajo mil cosas suceden, se entrelazan, te sientes incluso caer en el vacío... y mientras, allá arriba todo sigue igual, todo sigue en calma...

Y si la noche te sorprende y el cielo descubre su manto cuajado de estrellas, y desvela el secreto que guarda bajo la luz del día, podrás admirar uno de los más inmensos placeres... Me siento segura cuando miro al cielo, es el contrapunto a mi persona. Sé que soy un mero puntito en toda esa inmensidad, sé que aglutinados todos esos puntitos vamos conformando los contornos, sé que soy una ínfima pieza en el gran entramado final... pero, y a pesar de todo, me siento segura cuando me descubro y me quito las máscaras de la cotidianidad.

Me tranquiliza mirar al cielo... me siento segura así.

lunes, 11 de febrero de 2008

Distancias, lo más lejos a tu lado



Dicen que la distancia es el olvido, que ojos que no ven, corazón que no siente... quizá a veces sea cierto, pero otras no... Cuando tienes corazón y éste se siente sensible, ninguna distancia, ni física, ni emocional, ni terrenal, ni espiritual, puede hacer diluir un sentimiento, que amarrado a ti se resiste a ser derramado. O quizá seas tú quien se resiste a dejarlo ir.



Existen distancias físicas y distancias emocionales, distancias positivas y negativas... evitables e inevitables... y distancias temporales, son aquellas, que como si de un gran imán se tratarán tienden a juntar las piezas del puzzle que están destinadas a estar unidas.

Pero a veces, sin embargo, son necesarias esas distancias, porque estás intoxicado, porque no ves más allá, pierdes la perspectiva, pierdes la coherencia... el problema o situación te desborda, y necesitas esa distancia. El paso atrás de los pintores para poder ver su obra, para poder encajarla en la realidad ficticia que está creando, una realidad en la que a veces se sumergen y se olvidan de subir a la superficie a tomar oxígeno de nuevo... y te olvidas de tomar oxígeno de nuevo.


Las grandes obras siempre es conveniente verlas a cierta distacia, para poder desvelar toda su belleza... bajo la Torre Eiffel tan sólo ves un amasijo de hierros entrelazados sin orden alguno... unos metros atrás, se erige una de las construcciones más hermosas hoy en día, a pesar de estar hecha con un frío material y carente de todo sentido romántico...


La distancia, por tanto, no es el olvido... el olvido es cuando no existen distancias, porque no existen dos puntos, tan sólo existe uno...






Cuando puedes poner la terrible y más cruel de las palabras, "nunca", entonces y sólo entonces esa distancia que se manifiesta, es la que no puedes soportar... es la peor y más cruel de todas, el resto, son zancadillas al corazón...

jueves, 7 de febrero de 2008

Miedo

El miedo paraliza. Es como si estuvieras atado de pies y manos y no pudieras avanzar. Como si de una maniatada marioneta se tratara. El miedo es uno de los peores sentimientos, y diría más, el miedo cuando está tan interiorizado y ya no eres consciente de tenerlo, te arrebata hasta la más mínima fuerza. Lo peor, ni te das cuenta...


El miedo puede servir, en ocasiones para ser más sensato, para pensar dos veces las cosas... como si de un purgatorio se tratara, te paras y dices: ¿hago bien? Ese miedo es necesario, el problema viene cuando ni te replanteas esa cuestión, cuando el miedo decide por ti y no te pide opinión.




Aquí es fácil quitarte la máscara y decir que el miedo ha cogido la mejor posición de mi vida. No sé qué sentido puede tener, no sé qué es lo que pretende... El miedo me da miedo. Miedo a querer, a no alcanzar mis sueños... o a llegar a alcanzarlos. En la mayoría de los casos, no tiene sentido, es todo contradictorio... miedo a alcanzar mis metas... a salir al mundo, a vivir. Miedo a vivir, es algo terrible...

Miedo de quererte sin quererlo...
de encontrarte de repente...
......... y no sé cómo hacer para borrarte......

lunes, 4 de febrero de 2008

Cuando mi imaginación viaja en tren

Para mi compañera de viaje.




A veces, cuando era pequeña, bueno, y no tan pequeña, me daba por inventar historias, y uno de los escenarios más repetidos eran las estaciones de tren, porque las estaciones de tren vienen con un montón de historias ya de fábrica. Son el escenario perfecto para cosas tan dispares como una persecución, a todos se nos viene a la cabeza cualquier escena cinematográfica en la que la intrépida protagonista sube en el último segundo a uno de los vagones dejando atrás a sus perseguidores, o las míticas escenas de amor, un encuentro o desencuentro, siendo lo segundo lo más valorado, lacrimógicamente hablando.

Y es que los trenes, como la vida, vienen y van... Hay quien se mueve por instinto, y no deja nunca que se le escape el tren, pensando que puede ser el último. Son personas que prefieren avanzar, antes de quedarse en el mismo lugar, sea cual sea el destino... Otras en cambio, hacen de la estación su morada, ven cada día el ir y venir de los viajeros, las salidas y llegadas de los trenes, y no se deciden a subir a ninguno. Éstas, pueden ser tachadas de cobardes o indecisas... pero quizá, y sólo quizá, sepan seguro cual quieren que sea su destino... y no pierden el tiempo en viajes mundanos.




Cuando pienso en una estación, irremediablemente la visión se me torna en blanco y negro, y un montón de gabardinas y sombreros de ala ancha pululan entre los andenes. Son los clichés, que sin ellos, en este caso, perdería todo el encanto mi relato. Pero la realidad es a color, y con el color vienen los desencantos... Las estaciones son frías y grises, porque da igual que fuera haga un calor de 40º, dentro hace frío, se crea un microclima propio, el microclima-estación. Bajas corriendo con la maleta, tu coche siempre resulta ser el último, por lo que recorres la estación, esa mítica estación de tus relatos infantiles, a cien por hora, ahí no hay ni gabardinas ni sombreros de ala ancha que se precien... como mucho tienes que esquivar las maletas de los demás viajeros, afortunados ellos que tienen los coches cercanos y no hacen la ginkana previa.

Sin embargo, hay algo que me encanta de las estaciones, aun en color, y no es otra cosa que los besos y los abrazos... en toda estación que se precie hay gente con los brazos abiertos y los labios dispuestos a darte la bienvenida o a decirte un hasta pronto...

...y siempre hay un reloj quieto que perenne marca el tiempo de las historias que en la estación se hilvanan...