jueves, 29 de octubre de 2009

Eternos

No sé cómo sucedió, ni por qué, por qué permití que formara parte de mi vida. Poco a poco se fue entretejiendo una relación entre nosotros, fue sutil su incursión en mi rutina, tanto que no logro recordar la débil y borrosa línea que nos separaba. Que separaba su mundo del mío.


Ambos nos necesitábamos, nos complementábamos. Necesitaba de mí, de mi tangibilidad, de mi mundo real para vivir, para que su vida tuviera un nexo de unión con la realidad. Y yo necesitaba de él, para evadirme de ella... Una vida a medio camino, que como una lazada une extremos opuestos.

Mi día a día iba a compañado por su voz, por el eco y el susurro de su voz en mi mente, recorriendo rincones inexplorados. Atendiendo a su historia me olvidaba de la mía.

El tiempo iba pasando y su voz seguía tejiendo una vida irreal, que me tenía absorta, que lograba que viajara y abandora mi cuerpo... Lo único que nos quedaba como asidero de la realidad.

Sin embargo, un día se marchó, poco a poco se fue despidiendo, hasta que su voz dejó de escucharse en mi mente...

Sin permitir que el tiempo se tomara un descanso comencé a embarcarme en otra historia, y fue entonces cuando me sorprendí buscándole a él entre las páginas de otro libro que no le pertenecía. Buscaba entre los personajes desconocidos que pretendían formar parte de mi camino su voz, su historia, seguía buscándole a él... A ese personaje que durante un tiempo efímero formó parte de mi vida.


A veces, como cuando terminas un libro, necesitas un tiempo de reflexión,

un tiempo para desvincularte de esos personajes, de cerrar etapas y empezar otras.

Cuando no dejas las heridas cicatrizar,

corres el peligro de que la sangre vuelva a estar presente...

... Corres el peligro de que ese personaje se cuele en la nueva historia
y anule al elenco recién llegado...


... El problema es que existen personajes eternos...

miércoles, 14 de octubre de 2009

El cuento número Trece


"La gente desaparece cuando muere. La voz, la risa, el calor de su aliento, la carne y finalmente los huesos. Todo recuerdo vivo de ella termina. Es algo terrible y natural al mismo tiempo. Sin embargo, hay individuos que se salvan de esa aniquilación, pues siguen existiendo en los libros que escribieron. Podemos volver a descubrirlos. Su humor, el tono de su voz, su estado de ánimo. A través de la palabra escrita pueden enojarse o alegrarse. Pueden consolarte, pueden desconcertarte, pueden cambiarte. Y todo eso pese a estar muertos. Como moscas en ámbar, como cadáveres congelados en el hielo, eso que según las leyes de la naturaleza debería desaparecer se conserva por el milagro de la tinta sobre el papel. Es una suerte de magia.


[...] ¿Nota un escritor fallecido que alguien está leyendo su libro? ¿Aparece un destello de luz en su oscuridad? ¿Se estremece su espíritu con la caricia ligera de otra mente leyendo su mente? Eso espero. Pues estando muertos deben de sentirse muy solos"

"El silencio no es el entorno natural para las historias- me dijo en una ocasión la señorita Winter- Las historias necesitan palabras. Sin ellas palidecen, enferman y mueren. Y luego te persiguen."
El cuento número Trece


Un escritor vive en su obra, pervive y sobrevive a los siglos,
al olvido, pero...
¿también son eternos sus personajes?
¿podemos mantener vivas a las personas a través de los años,
y hacerlas perdurar más allá de nuestra propia muerte?
Me gustaría que así fuera.

lunes, 12 de octubre de 2009

Me mordí la voz

No te vayas, aún puedo quererte… Me dijiste cuando ya mi corazón estaba hecho jirones, cuando ya las puntadas no podían remendar el vacío de no tenerte. Te tenía sí, pero ya no eras mía.

Dejaste de serlo el día en el que dejaste que tu alma saliera a pasear sola, cuando buscaba en mundos ajenos aquello que no encontraba en éste, te fuiste y sin embargo podía seguir viéndote.

Algunas vidas se cruzan, pero las nuestras colisionaron, y quizás la misma fuerza que nos unió es ahora la que intenta, irrefrenablemente, separarnos.


La Eternidad dijo una vez que había cruzado océanos de tiempo para encontrarte… Ahora el tiempo se me desliza entre los dedos y como un simple espectador que no puede cambiar el guión, veo como te alejas de mí.

Las mujeres tenéis un instinto infalible para saber cuando alguien se está enamorando perdidamente de vosotras. Y quizás, por eso te adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos pueden hacer daño.

No pretendo cambiar el curso de las cosas, ni tan siquiera seguirlo… Me conformo con saber que he podido caminar junto a ti, aunque nunca lograra seguir tu paso.

Ayer recogí mis recuerdos y los empaqué en una caja. Me fui sin hacer ruido, como llevaba viviendo estos últimos meses, tenía tantas cosas que decirte, tantas… que tal vez alguna, por muy efímera que fuera, podría haber hecho que permanecieras un instante más junto a mí…

Sin embargo, me mordí la voz.