Érase una vez una historia que no fue tal.
Una historia que comenzó con el Fin y no siguió con el “vivieron felices”.
Todo comenzó, o terminó, cuando X e Y quedaron una tarde tras años de distanciamiento, querían verse de nuevo, pero sobre aquella cita sobrevolaban los fantasmas del pasado. Una sensación en la que sobraban las palabras y faltaba el valor.
Quedaron en el banco de la plaza, donde años atrás habían quedado cada tarde, antes de que a Y le enviaran en misión humanitaria a kilómetros de casa. X seguía pensando en él, pensaba en su amigo de la infancia y su cómplice.
La marcha de Y fue un golpe duro para X, hasta entonces no se había dado cuenta de lo que significaba en su vida. Comenzaron a intercambiarse decenas de cartas donde se contaban lo que les iba sucediendo en el día a día: la última clase en la que X tuvo que reñir a un alumno porque no paraba de tirarle bolitas de papel a su compañero, el último entrenamiento en el campo a las 5 de la mañana de Y…
Entre cartas y cartas llegó el día en el que comunicaron a Y su regreso a casa. Entonces Y escribió la última y más sucinta carta a X:
Querida X,
Vuelvo a casa… Te he echado tanto de menos, que cuento las horas para verte de nuevo…
Te quiero.
Y.
Y nunca antes le había dicho que la quería…
Quedaron en el banco de la plaza, como siempre.
X llegó 10 minutos antes y se mantuvo tras una de las esquinas que desembocaban en el cruce de caminos.
Y llegó puntual y se metió en una cafetería donde podía ver el banco tras el cristal.
La tarde iba cayendo, las farolas pronto comenzaron a reemplazar al sol y poco a poco la gente fue abandonando la plaza. El silencio iba haciendo su propio eco.
X tuvo miedo de salir tras la esquina.
Y no tuvo el valor de abandonar el café.
X e Y siguen escondidos.
Perder el pulso frente al miedo es la más indigna de las derrotas.
1 comentario:
Dios mio, y pensar que esto puede ser tan real..
q miedo!!
creo q está bien dicho cuando se dice q el mundo es de los valientes..
me encantó
=)
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