martes, 3 de junio de 2008

El escondite

1,2,3...

La voz cantarina de Emma anunciaba que todos debían esconderse. Odiaba ligársela y tener que contar infinitas veces... Hasta que mirando por el rabillo del ojo y viendo que ya no veía a nadie, se saltaba una decena de números y daba el trámite por finalizado.

...88,89... yyyyy...100! Voooooyyyy!

Caminaba despacio hasta donde sabía que se encontraba Marcos, era tan previsible, que más de una vez Emma se enojaba con él, acusándole de ser "el más tonto de la clase", título que a la edad de 7 años era toda una deshonra. Las cancioncillas en su honor regocijándose en la mofa duraban semanas.

Emma prefería esconderse, que los demás se volvieran locos buscándola. En más de una ocasión, la señorita Amelia tuvo que salir al patio a buscar a Emma, pues la campana no hizo que asomara ni un ápice de sus cobrizos rizos. Le gustaba esconderse, porque así, decía, podía estar tranquila, sin que los demás vinieran a meter las narices en sus cosas.


A veces, como Emma, también necesitamos un lugar donde poder estar a solas con nosotros mismos. Donde nadie pueda importunarnos, ni tengamos que dar explicaciones por lo que hacemos o decimos, o ¡incluso sentimos! Está claro que hay personas que opinarán todo lo contrario y que necesitan verse siempre rodeadas de gente, pero creo que un momento de soledad no tiene porqué tener cargas negativas, sino al contrario. Te acerca a ti, te pone frente a frente contigo mismo y descubres cosas, algunas que odiarás haber descubierto y otras que te henchirán de orgullo.

Hay veces que disimuladamente miro a mi alrededor a ver si encuentro un escondite furtivo y puedo desaparecer por unos instantes. Alejarme por unos minutos de la realidad social, y pasar a vivir mi propia realidad, una que dura tan sólo un sucinto lapsus de tiempo...


...Porque siempre habrá una campana que te haga salir de tu escondite...


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