jueves, 6 de noviembre de 2008

Heridas de guerra


Martina tenía las mejillas salpicadas de pecas, una pequeña nariz chata y dos botones negros por los que veía el mundo. Un mundo al que a veces no comprendía. Quizás, se decía, cuando sea grande todo tendrá algún sentido.

Sus piernas eran delgadas y parecían quebrarse cuando jugaba al futbol con los chicos mayores en el recreo. Sin embargo, por mucho que su madre le decía que no debía jugar con niños más grandes que ella, Martina hacía caso omiso a sus recomendaciones.


- Un día te vas a hacer daño y luego vendrás llorando- le recriminaba su madre.


Martina pensaba: "Quizás tenga razón mamá y no deba jugar con los de cuarto, quizás me vaya a hacer daño... pero, ¿y si no es así? Yo no quiero estar con las niñas aburridas que juegan con sus muñecas... ¡Eso es un rollo! ¿Y si no me caigo, y si no me hago daño...?"

Pasaron los años y Martina se hizo mayor. Se convirtió en una joven decidida y llegó hasta donde ella quiso llegar. Ni más alto, ni más bajo... en el punto exacto, en su punto exacto. Tuvo que sortear varios obstáculos en el camino, en los que sí se cayó y en los que sí se hizo daño... pero descubrió que aquellas recomendaciones de mamá no debían frenarla.


Las heridas de guerra le acompañarían en su victoria.

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