sábado, 23 de febrero de 2008

De puntillas...


Me gusta ver a la gente de puntillas. Sí, porque me hace gracia, es como si volvieramos a ser pequeños, cuando aún no hemos dado ese estirón que nos convierte en "mayores", y tenemos que esforzarnos por alzar una palmada más del suelo.

Cuando veo a la gente de puntillas me los imagino siendo niños, mi jefe cuando alcanza un libro de la estantería, por ejemplo, le veo de pequeño y me hace gracia. Es como si se quitaran el disfraz de "soy una persona seria, adulta y merezco un respeto por ello". Sí, pero también te pones de puntillas.

Comprendo que todo vaya en los genes, que la estatura te marca, y no voy a ser precisamente yo quién condene eso, entre otras cosas porque soy la primera que me paso la vida de puntillas... por no romper el hechizo...

Además, creo que es una imagen que suscita ternura. Imaginad por un momento a la persona que nos arrebata la lucidez, intentando alcanzar algo: alza el brazo y... se pone de puntillas... Quizá sea sólo cosa mía, pero esa imagen tiene una carga tremenda de calidez y de indefensión, como si desarmado se mostrara por unos segundos, como si esa sucinta imperfección te colmara de gozo... Estoy loca, lo sé, pero ¿y lo sencillo que es disfrutar de las pequeñas cosas?

Es más, creo que la gente que monta las estaterías, pone los percheros y algunos interructores están confabulados conmigo, y me hacen guiños para que pueda seguir viendo niños tras cada rostro serio que se cruza en mi camino.

Pero, sin duda, quién lidera mi lista son ese tipo de puntillas, que alzando ligeramente un pie te elevan hasta el cielo...

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