lunes, 4 de febrero de 2008

Cuando mi imaginación viaja en tren

Para mi compañera de viaje.




A veces, cuando era pequeña, bueno, y no tan pequeña, me daba por inventar historias, y uno de los escenarios más repetidos eran las estaciones de tren, porque las estaciones de tren vienen con un montón de historias ya de fábrica. Son el escenario perfecto para cosas tan dispares como una persecución, a todos se nos viene a la cabeza cualquier escena cinematográfica en la que la intrépida protagonista sube en el último segundo a uno de los vagones dejando atrás a sus perseguidores, o las míticas escenas de amor, un encuentro o desencuentro, siendo lo segundo lo más valorado, lacrimógicamente hablando.

Y es que los trenes, como la vida, vienen y van... Hay quien se mueve por instinto, y no deja nunca que se le escape el tren, pensando que puede ser el último. Son personas que prefieren avanzar, antes de quedarse en el mismo lugar, sea cual sea el destino... Otras en cambio, hacen de la estación su morada, ven cada día el ir y venir de los viajeros, las salidas y llegadas de los trenes, y no se deciden a subir a ninguno. Éstas, pueden ser tachadas de cobardes o indecisas... pero quizá, y sólo quizá, sepan seguro cual quieren que sea su destino... y no pierden el tiempo en viajes mundanos.




Cuando pienso en una estación, irremediablemente la visión se me torna en blanco y negro, y un montón de gabardinas y sombreros de ala ancha pululan entre los andenes. Son los clichés, que sin ellos, en este caso, perdería todo el encanto mi relato. Pero la realidad es a color, y con el color vienen los desencantos... Las estaciones son frías y grises, porque da igual que fuera haga un calor de 40º, dentro hace frío, se crea un microclima propio, el microclima-estación. Bajas corriendo con la maleta, tu coche siempre resulta ser el último, por lo que recorres la estación, esa mítica estación de tus relatos infantiles, a cien por hora, ahí no hay ni gabardinas ni sombreros de ala ancha que se precien... como mucho tienes que esquivar las maletas de los demás viajeros, afortunados ellos que tienen los coches cercanos y no hacen la ginkana previa.

Sin embargo, hay algo que me encanta de las estaciones, aun en color, y no es otra cosa que los besos y los abrazos... en toda estación que se precie hay gente con los brazos abiertos y los labios dispuestos a darte la bienvenida o a decirte un hasta pronto...

...y siempre hay un reloj quieto que perenne marca el tiempo de las historias que en la estación se hilvanan...

No hay comentarios: