martes, 21 de octubre de 2008

La joven del tejado

Le gustaba subir al tejado y analizar el paisaje.

Comprobar que todo seguía en su lugar, justo como la última vez que pasó revista a esos campos que hacían bailar a las amapolas. Mirar el atisbo de riachuelo, que como si se tratara de un fino hilo azul se perfilaba en el fondo del cuadro. Adivinar, justo a la izquierda de la vieja colina, aquel refugio de madera abandonado y corrompido por la lluvia de los años. Le gustaba ver que todo seguía igual, que esas piezas encajaban en su lugar y no debían de seguir buscándolo. Le gustaba pensar, que tarde o temprano a ella le sucedería lo mismo. Estaba cansada de las continuas mudanzas que sufría su corazón, para terminar en el peor de los casos, deshabitado o con la única compañía de una soledad infiel.

Solía subir al tejado en compañía.

2 comentarios:

Elena Cardenal dijo...

Jo, a mi también me gustaría subir al tejado...lo que pasa que en la ciudad no se puede hacer eso...Pero siempre es agradable ver el mundo desde arriba, con el solecito dándote en la cara y una buena compañía al lado...

Un besito!!

Unknown dijo...

El corazón soporta muchas mudanzas, pero conviene que alguna vez encuentre su sitio... y la soledad, infiel o no, no es la mejor compañera de viaje.

Bonita entrada, Silvia.