lunes, 5 de mayo de 2008

Aquella maleta verde


Me llevaba mi estuche de acuarelas, mi muñeca, y todos mis tesoros... esa era mi maleta cuando nos íbamos a la playa. Estaba formada por todo aquello imprescindible para pasar 15 días fuera de mi castillo. Con todo aquello que necesitaba para ser feliz... Todo cabía en una pequeña maleta verde...

El viaje era eterno, porque el tiempo cuando eres pequeño es diferente, los días duran el doble, por eso eres el doble de feliz. Me gustaba ese viaje, porque iba a pasar mi verano en la playa. Jugaría con la arena, haría castillos (con foso y puente para que el príncipe pudiera llegar hasta la torre donde se encontraba la princesa), me bañaría durante horas y horas, cogería conchas blancas para después pintarlas de colores mientras todos dormían la siesta y me haría pulseras con ellas, y serían mi tesoro, y todo sería así de sencillo...

Y un buen día esa maleta verde se queda pequeña, y es entonces cuando los días empiezan a durar 24 horas. Mezclar colores en un vaso de agua y adivinar de qué color tornará, deja de ser tan divertido, y el cepillo de dientes y el cargador del móvil pasan a ser el cubo y la pala... Cuando se queda pequeña esa maleta es cuando tus alegrías también se quedan pequeñas, y necesitas una más grande pensando que cuanto más espacio tengas, más felicidad podrás llevar.


Estás tan equivocado... Cuando dejas esa maleta verde por una mayor es porque necesitas más cosas para ser feliz, y eso... eso queda lejos de la dicha que te aportaba aquel pincel o aquella goma de saltar.


Siempre recordaré con añoranza aquellos años en los que toda mi felicidad cabía en aquella maleta verde.




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