lunes, 28 de abril de 2008

I

Y cuando ella quiso levantar la voz, ya era demasiado tarde, no había nadie en la sala. De nuevo estaba sola, como hace años en casa de su hermano Mateo, cuando sucedió todo y nadie corrió a ampararla. Parece que la vida la volvía a situar cara a cara con ella misma, y eso era lo que más terror le ocasionaba.
Las yemas de sus dedos acariciaron el frío cristal, mientras su mirada ausente intentaba dilucidar algo entre aquel amasijo de sentimientos.
Por un momento se estremeció.
“Cabeza alta señorita”… El sonido de sus pasos fue su única compañía, mientras abandonaba la sala.

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