
De repente se dio cuenta de que algo había cambiado. De que su entorno era diferente, que dejaban atrás los inocentes juegos y charlas sobre el futuro hasta horas intempestinas para su edad, para dar paso a un cruce de risas nerviosas y copas de alcohol.
Wendy les veía pasar, sentada en su columpio hecho por un viejo neumático que colgaba del árbol del jardín, mientras leía la última novela que su padre le había regalado. Entendía el cambio, comprendía que era lo propio... pero tenía la sensación de que seguían un camino ya marcado, sin detenerse a pensar si realmente era eso lo que deseaban. Quizás Wendy esperaba otra cosa, y no sabía cómo materializarla, esperaba que la vida fuera "algo especial".

Pasaron los años y ese "algo" aún no llegaba, seguía viviendo en un mundo hecho a su medida, un mundo que si bien era en el que ella había decidido, por voluntad propia vivir, no era un mundo real... ¿O sí? Porque al fin y al cabo... para qué estamos aquí si no para ser, en la medida de lo posible, felices... El problema comienza cuando ese mundo a medida te asfixia.
Fue en ese preciso momento, cuando Wendy tendió su mano, tomó el pomo de la puerta, cogió aire y salió a pasear.
Para "mi Wendy", siempre podemos volver a Nunca Jamás,
pero para ello es imprescindible y necesario...